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The Fears
of the World
Deserve Witnesses

Joel Meyerowitz

Momentos inesperados

Esta foto, tomada en 1963 en Nueva York, se remonta a los primeros años de mi carrera profesional, cuando estaba aprendiendo a reconocer escenas con significado en una fracción de segundo. Me encanta esta fotografía porque me enseñó que las «relaciones» inesperadas adquieren nuevos significados y que, a menudo, esos significados no tienen nada que ver con la realidad que tengo delante, sino que me ayudan a comprender una nueva idea o posibilidad.

Este grupo de dos hombres y un perro refleja las tensiones subyacentes en la sociedad estadounidense de la época, tensiones que aún hoy, más de cincuenta años después, continúan existiendo. Observé enseguida que el hombre negro, con una sonrisa en el rostro, y su enorme perro contrastaban con la tirantez y la seriedad del hombre blanco que tenía al lado. Esta imagen se podía «leer» como algo totalmente opuesto a las que estábamos acostumbrados a ver: hombres blancos con perros persiguiendo a hombres de color. Fue un momento de perspicacia, lo que yo llamo «el juego de ver».

Durante la mayor parte de mi trayectoria laboral he tenido la sensación de que la fotografía me permite saber dónde está mi lugar, entender el mundo y mi filosofía sobre el arte y la vida.

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En lugar de “tomar”, prefiero decir “HACER” fotografías.
Joel Meyerowitz

Me crié jugando en las calles del Bronx durante la segunda mitad de los años 40, en plena posguerra. Tras graduarme en la universidad aspiraba a ser pintor abstracto, pero mi primer empleo fue de director artístico.

Allí vi cómo Robert Frank fotografiaba un folleto que había diseñado yo y me enamoré de la fotografía como concepto, de su capacidad de detener un instante en el tiempo y de despertar frágiles instintos. Mi primera exposición en el MoMa consistió en fotografías «hechas» desde un automóvil en movimiento durante el año que viajé por Europa, entre 1966 y 1967. ¡En la calle me siento vivo! Allí, la vida está llena de encuentros fortuitos, de personajes, movimientos y gestos, de poesía y sentido; y la suerte me brinda maravillosas posibilidades fotográficas.

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El instrumento fotográfico perfecto

Compré mi primera Leica tras ver que Garry Winogrand y Robert Frank usaban cámaras de esta marca. Con la M2, en los años 60 podía posar un ojo en el telémetro y mantener el otro abierto para observar el mundo. Al mismo tiempo, la Leica no «destellaba» como una cámara réflex de único objetivo, que te ciega momentáneamente cuando el espejo se eleva.

Con una Leica nunca pierdes el contacto con lo que ocurre ante ti; se trata del «instrumento fotográfico perfecto». Destaca la precisión de sus objetivos, no se fabrican otros comparables; los objetivos Leica son imprescindibles en mi obra y en mi idea del aspecto que debe tener una fotografía.

Las cámaras Leica son mis favoritas. En este momento utilizo tres de ellas a diario, aunque las voy intercambiando en función de lo que me proponga inmortalizar: tengo una M10 en la que Leica grabó mi nombre, una S3 que empleo en bodegones, retratos y trabajos comerciales, y una SL para grabar vídeos y fotografiar paisajes.